Esta es la frase que le decía Josué, mi hermano, a su Pastor. Él quería decir que, aunque estaba enfermo y no podía caminar, todavía le quedaban sus manos para seguir trabajando. Él trabajaba en las comunicaciones, garantizaba que los sistemas estuvieran funcionando eficientemente y que cumplieran con los requisitos de ese departamento. Le gustaba que todas las herramientas de comunicación pudieran ayudar a los miembros de su equipo a ejercer el mejor trabajo. Trabajaba con sistemas de radio, televisión, satélite y otras redes usando la tecnología para que todo funcionara de manera uniforme y eficaz en cada contexto. El trabajo que él desempeñaba generó interacciones positivas entre las personas que impactó. Facilitó la coordinación y fluidez en las relaciones humanas en el departamento y generó un ambiente de trabajo agradable. Josué consideraba que su trabajo le permitía ser un colaborador de Dios.
Así que siempre que su Pastor lo visitaba, aunque Josué estaba encamado, le decía “aún mis manos están dispuestas a trabajar”. Claro, el Pastor conocía su condición y agradecía (con lágrimas en sus ojos) el ofrecimiento.
Proverbios 31:10-31 me recuerda que Salomón hace un cuadro notable de la mujer. La presenta con muchas cualidades excelentes y una de ellas es la extender sus manos. Dice el verso que “extendió sus manos al menesteroso”, o sea, al mendigo, al necesitado, al que vive en la calle. También “alargó sus manos al pobre”, sus manos se ampliaron y llegaron hasta el pobre, al indigente, al pordiosero, al carente de alimentos, de salud. Esta mujer tiene unas habilidades sobresalientes y de servicio. Es una mujer responsable, capaz, laboriosa y con la visión de ver las necesidades de los demás. Es una inspiración para que nosotros hagamos lo mismo y para que nuestras manos sirvan a nuestros semejantes.
El siguiente caso, Hechos 3:1:10, me llamó la atención porque aparecen Pedro y Juan, discípulos de Jesús, entrando al templo. En la puerta del templo encontraron a un mendigo/cojo quien fue el que les extendió las manos primero. Claro, el enfermo se adelantó porque su necesidad era apremiante, era urgente. Gracias a Pedro y a Juan que, en vez de darle dinero, al ver al mendigo usando sus manos para pedir limosna, ellos tomaron esas manos con amor para decirle que había uno que le podía sanar y ese era Jesús. Le levantaron y al momento se le afirmaron los pies y tobillos. Hay muchos que están extendiendo sus manos suplicando ayuda y las manos de nosotros son las que deben estar disponibles para brindar esa ayuda y levantarlos.
Esto me puso alerta sobre nuestro trabajo en la obra del Señor. A veces tenemos salud, pero no tenemos la disposición de trabajar. Y trabajar en el Reino es una virtud de parte de Dios. Tenemos que usar nuestros talentos, dones, virtudes para seguir llevando el mensaje, ese fue el encargo que Jesús nos dejó.
Josué fue un buen obrero del Señor. Hasta el final estuvo dispuesto a usar su talento. Marcó la diferencia. En su funeral vi cómo la gente se expresaba muy bien y acertadamente de él. Su familia, sus compañeros de trabajo, su iglesia, el liderato de emisoras radiales y muchos más exaltaron sus valores y buenas cualidades. Dejó huellas espirituales para que otros puedan poner “las manos” al servicio y a la disposición del trabajo en la obra de Dios.